jueves, 30 de enero de 2014

¡Si siempre fuera así!
Susana T. Más Iglesias, La Habana
En términos generales, la población se queja del trato que recibe por parte de los empleados de las tiendas en divisa. El personal que labora en esos establecimientos da la sensación de que hace un favor al cliente, en vez de interiorizarlo como el desempeño por el cual perciben un salario. No ponen en práctica los conocimientos adquiridos para la gestión de venta. En ocasiones, algunos muestran indiferencia al consumidor. Si están hablando por teléfono ni se inmutan, o sencillamente, con tal de no atender como es debido, le dicen al cliente que el producto es de mala calidad.
Si es calzado, ni se esfuerzan por buscar el número, dicen que es el único que tienen. Sin embargo no siempre es así. Por eso, cuando algún colectivo trabaja como es debido y atiende al cliente con esmero y profesionalidad es digno que se hable de ello y se le reconozca. Es el caso de los trabajadores del mercado ubicado en calle 1ra. y 42, en Miramar.
Al entrar allí, cualquiera entra en shock al percibir con la amabilidad y paciencia con que atienden al cliente. Esto se advierte desde el portero, la señora que atiende el guarda bolsos, hasta cualquiera de los empleados. Todos muestran su profesionalidad. Se esmeran en complacer al cliente en lo que solicita. Si no tienen lo solicitado, le explican dónde lo hay o puede haberlo.
Sucedió y lo presencié en el área de perfumería, donde la joven muchacha que se encontraba tras el mostrador el pasado día 5, atendió con destreza a más de 7 personas que allí se encontraban, y sin saber que era observada, con mucha paciencia y conocimientos reveló las cualidades de productos como el polvo de decoloración, peróxidos de distintos volúmenes y perfumes que solicitaban los interesados. En ningún momento se le notó rasgos de disgusto, indiferencia o impaciencia ante tantas preguntas y solicitudes de fragancias a escoger; al contrario, mostraba una ternura casi familiar. Por lograr una buena venta, hizo demostración de sabiduría acerca de las propiedades y calidad de los productos que vendía.
Cosa extraña hoy en día si usted no va acompañado por un extranjero.
Algo similar sucede en la tienda que perteneció a la cadena Dita, hoy traspasada a TRD, ubicada en Diez de Octubre entre Calzada de Luyanó y San Nicolás, en específico, con el empleado que atiende la parte de útiles del hogar. No repara en abrir una cortina para exhibir o explicar para qué sirve determinado objeto que esté en venta; se interesa por lograr que el cliente siempre acceda a la compra de algún adorno o utensilio.
Cuando se distinguen actitudes como esas, que no dependen de la obtención de alguna propina, se siente una confusión abismal y se queda una admirada de que aún queden trabajadores del comercio con deseos de ayudar o servir al prójimo.
Por eso, lo primero que se piensa es: ¡si siempre fuera así!

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