Maleconeños días de verano.
Susana T. Más Iglesias, La Habana 2 de septiembre de
2004.
En este verano tan
impetuoso desde tempranas horas de la
tarde, el malecón habanero se convirtió nuevamente como años anteriores, en el
lugar más concurrido de la capital, no solo por el calor reinante en la isla,
sino por ser la elección más barata y acogedora donde tanto niños, jóvenes y adultos pueden pasar un largo rato
de esparcimiento. Nada los detiene, ni la sed, el intenso sol, o las pocas
veces que les sorprende la imprevista llovizna que por espacio de unos cortos
minutos refresca sus cuerpos.
Aquellos que arriban al
lugar con los infantes y jóvenes de la
familia, no sólo a respirar el aire fresco salino, sino también para sentarse a conversar, tienen la
posibilidad de contar alguna anécdota o historia conocida y lograr que los
niños adviertan la inmensidad del mar, su belleza y cambiantes
colores.
Ya al caer la tarde, es
sitio recurrente de aquellos sin
respaldo económico que les permita desplazarse hacia otros lugares, donde
el acceso es algo caro y aún más, si lleva acompañante. Algunos prefieren sentarse
con sus parejas a platicar de futuros planes en sus vidas, a otros les sirve
para desarrollar mentalmente un proyecto de interés; más la mayoría de los que
van en grupo prefirieren llevar una botellita de ron o v ino, acompañado de su
reproductor de música o guitarra, que desde los lejanos edificios altos se
escuchan las gratas melodías y de esa manera, como se dice, matan el tedio más las impotencias de la vida
que los hace infelices.
Este tranquilo lugar se
presta también para que los solitarios puedan conciliar sus pensamientos, a la
vez que a unos terceros les deleita a su manera, conversar con el mar y
solicitarle concesiones para sus vidas.
De cualquier manera es
una visión única que puede ser engalanada por la entrada o salida ocasional de algún
navío, que proporciona muchas cosas que preguntarse:
¿traerá al país más alimentos?, ¿tal vez equipos de nuevas tecnologías para las
escuelas?, ¿vendrá con materiales de construcción que se destinarán a mejorar las condiciones de viviendas de
muchos? Pero también abre ambiciones de experiencias como quién pudiera montar
aunque sea por un rato en un barco, conocer sus interiores y dar un paseo…y los
más soñadores imaginan que se retiran en él bien lejos para vivir con mejor
confort, más expectativas de vida y sobre todo libertad para realizar el
trabajo o estudio que deseen, sin que sea con imposición por la necesidad del
estado.
Nadie siente aburrimiento
de este serpenteante malecón capitalino por lo que tanto en las mañanas, tardes
o noches, siempre será el lugar nostálgico, libre, donde se puede dar riendas
sueltas a los sueños e imaginación a
nuestro gusto y conveniencia donde se puede insertar el conocido refrán: ¡y no
cuesta nada!
Esperemos que esto se
mantenga siempre y que en un futuro no se le ocurra a alguien cobrar el derecho
de sentarse en el muro para cobrar los maleconeños días de verano.
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