Una respuesta, de tantas que merece.
Susana
T. Más iglesias, La Habana 10 de mayo de 2013.
La felicitación ofrecida del
Director General de la FAO, señor José Graciano da Silva al líder Fidel Castro
por haber cumplido anticipadamente la reducción de personas desnutridas antes
del año 2015, se puede considerar una burla o tal vez una congratulación hipócrita
para con el gobierno cubano.
Este señor que de seguro desconoce
las condiciones alimentarias de la población y que se guía por las estadísticas
que le envían, jamás se ha molestado en consumar una pesquisa o estado de
opinión a personas que han tenido la posibilidad de visitar el país y codearse
de una forma u otra con los ciudadanos del sector más pobre de la isla.
¿Cómo es posible ser la máxima
autoridad de una institución tan importante a nivel internacional y que no
domine los datos reales con respecto al nivel de nutrición que día a día tenemos
la mayoría de los cubanos: niños, jóvenes, ancianos, todos de la clase más baja
de la sociedad?
¿Le pasará por la mente a dicho
representante que más del setenta y cinco por ciento de los niños se van en la
mañana al círculo infantil con únicamente un pomo de leche o yogurt, que los
que rebasan los siete años a veces parten a las aulas con solo un trago de café
o cocimiento, y en ocasiones sin nada en el estómago; que incalculables
ancianos que sobrepasan los 80 años y no padecen de enfermedades delicadas, no
reciben dieta médica para reforzar su pésima nutrición?
Este excelentísimo representante supervisor
de la alimentación mundial desconoce que en nuestro país, a pesar de estar
rodeado de mar, es un lujo o un milagro poner a la mesa un plato con pescado,
que el precio de venta de esas especies de cualquier calidad en los mercados en divisa exceden al
importe de más de 3 salarios básicos mensuales de un trabajador.
También desconoce que en algunos círculos
infantiles, según el municipio, es casi un estatuto programar como menú de
almuerzo solamente harina y pan dos veces por semana. No es de su conocimiento
el que algunas personas ancianas y de menos edad que carecen de amparo familiar
se vean en la obligación de recurrir a los latones de basura para saciar su
hambre.
Este señor no se da cuenta que es
una ostentación pensar en comerse un bistec de res, o un plato compuesto por
mariscos, o lo que es más sencillo aún en cualquier país, saborear un coctel de frutas o comerse una barra de
chocolate. Que la alimentación básica de la población se centra exclusivamente
en algo de pollo o de cerdo, y subproductos de ambos, lo demás que es de oferta
en las tiendas recaudadoras de divisa no está al alcance de la mayor parte del
pueblo. Que muchas madres sienten impotencia por no poder comprar un minúsculo
paquete de galletas a sus niños; que hay jóvenes que no conocen siquiera el
sabor de las uvas, avellanas, peras, melocotones o albaricoques, porque hasta
una naranja es una fruta en extinción para los que no tienen altas
posibilidades monetarias.
Queda en pie la invitación de que
envíe a algunos de sus funcionarios, de manera encubierta, a recorrer los
distintos barrios periféricos de la ciudad y otros asentamientos para comprobar
si lo que afirma con vehemencia es cierto.
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