viernes, 28 de febrero de 2014

El Dólar Remata los Principios y la Ética.

El Dólar Remata los Principios y la Ética.


Susana T. Más Iglesias, La Habana 10 de enero de 2014.


El dólar, desde que hizo su entrada al país, no solo se admitió como la moneda poderosa que abría las puertas hacia la prosperidad en cuanto a obtener productos alimenticios y artículos de primera necesidad para el hogar, sino que el mismo también estableció una diferencia social, además de despertar ambiciones entre amigos y hasta dentro del más unido seno familiar  que exista.
Ese pedazo de papel grabado donde resalta el color verde, implantó con violencia la discrepancia social entre personas y otorgó a su vez rangos sociales y aumento de orgullo  a quienes lo posean o tienen acceso a él aunque sea de manera indirecta. Pero a quienes más daño ha hecho con su impacto poderoso con su aparición, es a aquellos que innovan las ideas más inverosímiles e increíbles por tal de obtenerlo a toda costa, haciéndolos olvidar patrones de conducta, educación, principios y hasta decretos  religiosos.
En los centros de trabajo donde se recibe como estimulación pagos en divisa, a aquellos que por determinada jerarquía les toca un poco más, según el organismo o institución, consigue  hasta cambiar la manera de hablar, caminar o dirigir la palabra a los demás; es como si se sintieran invulnerables a los designios de la vida. 
Entre integrantes de familias, cuando llega alguien desde el extranjero, después de algunos años sin verse, en algunos parientes prima más el interés de lo que recibirá o la ganancia que obtendrá, que el ansiado encuentro de carácter filial anhelado por el cual dicho viajante trabajó con ahínco para poder arribar de nuevo a su tierra natal, disfrutar del calor familiar y traer algo a manera de ayuda.
Algunos de los que viven acá, pierden los estribos ante tal eventualidad y les afluye la avaricia dormida sin escatimar en tratar de coger más de la planificación hecha por el pariente, al contrario, pierden el deseo de conversar primero e interesarse de cómo le fue el viaje, de qué forma se vive dentro de una cultura extraña a la nacionalidad originaria, lejos de sus seres queridos. No, en modo alguno, ya está despierto el ardiente deseo de hacer desempacar lo más rápido posible al cansado emparentado, ver qué le toca y qué más puede lograr aunque no lo merezca, le sirva  ni comparta. Después, de inmediato surge el atroz apetito de comida y bebida, que saciado éste, ya es de poco interés lo que se pueda hablar con aquel consanguíneo que sudó muy fuerte en su trabajo para lograr el añorado  encuentro.
En esta situación tan desagradable se implican los que dicen profesar y ser fieles seguidores de religiones o partidos políticos, aquellos que predican el amor y respeto al prójimo, e inculcan ser humanitarios y compartidores, y no hacen más que engañar con su proceder cordial e hipócrita y lejos de creer en ello, se escudan bajo el manto de sus devociones para en el momento que menos se espera, lanzar el zarpazo denigrante y asombroso, que dejan en ascuas al mismísimo Señor o a cualquier Presidente que estuviera presente.
Es triste ver cómo se arrasa con naturalidad los sentimientos más nobles que pueda tener un ser humano ante la aparición de las monedas duras, es como un cambio fugaz y diabólico que invade como una pandemia, para sembrar decepciones y hacer reflexionar hasta al más pequeño de la familia.
De estas conductas inconvenientes solo se puede culpar al sistema del país, quien beneficia a unos y desampara a otros con la implantación de la doble moneda; a las medidas injustas con relación al canje de las mismas y sobre todo al desigual importe que alcanza el dólar en comparación con el dinero nacional.
¿Qué tiempo habrá que esperar para que se rectifiquen los errores cometidos durante 55 años y desaparezcan estos fenómenos conductuales inexplicables en el ser humano?


 enviado a la Primavera

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