El Dólar Remata los
Principios y
la Ética.
Susana T. Más Iglesias, La Habana 10 de enero de
2014.
El
dólar, desde que hizo su entrada al país, no solo se admitió como la moneda
poderosa que abría las puertas hacia la prosperidad en cuanto a obtener productos
alimenticios y artículos de primera necesidad para el hogar, sino que el mismo
también estableció una diferencia social, además de despertar ambiciones entre
amigos y hasta dentro del más unido seno familiar que exista.
Ese
pedazo de papel grabado donde resalta el color verde, implantó con violencia la
discrepancia social entre personas y otorgó a su vez rangos sociales y aumento
de orgullo a quienes lo posean o tienen
acceso a él aunque sea de manera indirecta. Pero a quienes más daño ha hecho
con su impacto poderoso con su aparición, es a aquellos que innovan las ideas
más inverosímiles e increíbles por tal de obtenerlo a toda costa, haciéndolos
olvidar patrones de conducta, educación, principios y hasta decretos religiosos.
En
los centros de trabajo donde se recibe como estimulación pagos en divisa, a
aquellos que por determinada jerarquía les toca un poco más, según el organismo
o institución, consigue hasta cambiar la
manera de hablar, caminar o dirigir la palabra a los demás; es como si se sintieran
invulnerables a los designios de la vida.
Entre
integrantes de familias, cuando llega alguien desde el extranjero, después de
algunos años sin verse, en algunos parientes prima más el interés de lo que
recibirá o la ganancia que obtendrá, que el ansiado encuentro de carácter
filial anhelado por el cual dicho viajante trabajó con ahínco para poder
arribar de nuevo a su tierra natal, disfrutar del calor familiar y traer algo a
manera de ayuda.
Algunos
de los que viven acá, pierden los estribos ante tal eventualidad y les afluye
la avaricia dormida sin escatimar en tratar de coger más de la planificación
hecha por el pariente, al contrario, pierden el deseo de conversar primero e
interesarse de cómo le fue el viaje, de qué forma se vive dentro de una cultura
extraña a la nacionalidad originaria, lejos de sus seres queridos. No, en modo
alguno, ya está despierto el ardiente deseo de hacer desempacar lo más rápido
posible al cansado emparentado, ver qué le toca y qué más puede lograr aunque
no lo merezca, le sirva ni comparta.
Después, de inmediato surge el atroz apetito de comida y bebida, que saciado
éste, ya es de poco interés lo que se pueda hablar con aquel consanguíneo que
sudó muy fuerte en su trabajo para lograr el añorado encuentro.
En
esta situación tan desagradable se implican los que dicen profesar y ser fieles
seguidores de religiones o partidos políticos, aquellos que predican el amor y respeto
al prójimo, e inculcan ser humanitarios y compartidores, y no hacen más que
engañar con su proceder cordial e hipócrita y lejos de creer en ello, se
escudan bajo el manto de sus devociones para en el momento que menos se espera,
lanzar el zarpazo denigrante y asombroso, que dejan en ascuas al mismísimo Señor
o a cualquier Presidente que estuviera presente.
Es
triste ver cómo se arrasa con naturalidad los sentimientos más nobles que pueda
tener un ser humano ante la aparición de las monedas duras, es como un cambio
fugaz y diabólico que invade como una pandemia, para sembrar decepciones y
hacer reflexionar hasta al más pequeño de la familia.
De
estas conductas inconvenientes solo se puede culpar al sistema del país, quien
beneficia a unos y desampara a otros con la implantación de la doble moneda; a
las medidas injustas con relación al canje de las mismas y sobre todo al
desigual importe que alcanza el dólar en comparación con el dinero nacional.
¿Qué
tiempo habrá que esperar para que se rectifiquen los errores cometidos durante
55 años y desaparezcan estos fenómenos conductuales inexplicables en el ser humano?
enviado a la Primavera
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