El dólar remata los principios y la ética
Susana
T. Más Iglesias, periodista independiente.
Cuando el dólar se admitió en
Cuba como la moneda poderosa que abría las puertas hacia la prosperidad, en
cuanto a obtener productos alimenticios y artículos de primera necesidad,
también estableció diferencias sociales, además de despertar ambiciones y
envidias entre amigos y hasta dentro del más unido seno familiar que existiera
en el país.
Ese pedazo de papel grabado donde
resalta el color verde, implantó bruscamente la discrepancia social entre
personas y otorgó a su vez rangos sociales específicos y orgullo a quienes lo
poseían o tenían acceso a él, aunque fuera de manera indirecta. Pero a quienes
más daño ha hecho con su impacto poderoso es a aquellos que inventan las ideas
más inverosímiles e increíbles por tal de obtenerlo a toda costa, haciéndolos
olvidar patrones de conducta, educación, principios y hasta decretos religiosos.
En los centros de trabajo donde
se recibe una parte del pago en divisa como estimulación, aquellos a los que
por determinada jerarquía les toca un poco más, consiguen hasta cambiar la manera
de hablar, caminar o dirigir la palabra a los demás: es como si se sintieran
invulnerables a los designios de la vida.
Entre integrantes de familias,
cuando llega alguien desde el extranjero, después de algunos años sin
verse, en algunos parientes prima
más el interés de lo que recibirá o la ganancia que obtendrá, que el
encuentro anhelado por el cual el
viajero trabajó con ahínco para poder arribar de nuevo a su tierra natal,
disfrutar del calor familiar y traer algo a manera de ayuda.
Algunos de los que viven acá,
pierden los estribos ante tal eventualidad y les afluye la avaricia dormida sin
escatimar en tratar de coger más de la planificación hecha por el pariente. Al
contrario, pierden el deseo de conversar primero e interesarse de cómo le fue,
de qué forma se vive dentro de una cultura extraña a la nacionalidad
originaria, lejos de sus seres queridos. No, en modo alguno, ya está despierto
el ardiente deseo de hacer desempacar lo más rápido posible al cansado
pariente, a ver qué le toca y qué más puede lograr aunque no lo merezca. Después,
de inmediato, surge el atroz apetito de comer y beber. Saciado éste, ya es de poco
interés lo que se pueda hablar con aquel consanguíneo que sudó muy fuerte en su
trabajo para lograr el añorado encuentro.
En esta situación tan
desagradable se implican los que dicen profesar y ser fieles seguidores de
religiones o partidos políticos, aquellos que predican el amor y respeto al
prójimo, e inculcan ser humanitarios y compartidores, y no hacen más que
engañar con su proceder cordial e hipócrita. Lejos de creer en ello, se escudan
bajo el manto de sus devociones para en el momento que menos se espera, lanzar
el zarpazo denigrante y asombroso, que deja en ascuas al mismísimo Señor.
Es triste ver cómo se arrasa con
los sentimientos más nobles que pueda tener un ser humano ante la aparición de
la moneda dura. Es un cambio fugaz y diabólico que siembra decepciones y hacer
reflexionar hasta al más pequeño de la familia.
De estas conductas solo se puede
culpar al sistema, quien beneficia a unos y desampara a otros con la
implantación de la doble moneda; a las medidas injustas con relación al canje
de las mismas y sobre todo al desigual importe que alcanza el dólar en
comparación con el dinero nacional.
¿Qué tiempo habrá que esperar
para que se rectifiquen los errores cometidos durante 55 años y desaparezcan
estas conductas inexplicables en el ser humano?
P/D: publicado en Primavera Digital de
Cuba, 16 de enero de 2014.
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